Fiesta Demoscópica Mondosonoro: El Guincho

Concierto celebrado en la sala Heineken de Madrid, el jueves 17 de febrero de 2011.

El Guincho

Siendo sinceros, mi interés por El Guincho viene motivado por el vídeo que dirigiera Nicolás Méndez para su tema Bombay. Ya dije en el artículo dedicado a Méndez y la productora Canadá, que la pieza me parecía una obra maestra del erotismo. Cuando escribo esto, el vídeo, todo un fenómeno en la red, acumula ya un par de millones de visitas (según sus autores) entre todas las plataformas de visionado en las que está disponible. Es indudable que al éxito de Díaz-Reixa en nuestro país y en el extranjero ha contribuído la extraordinaria difusión de este vídeo (por cierto, copiado descaradamente en otra obra maestra del erotismo: el videoclip de «Los Adolescentes», de Dënver). También es cierto que Bombay es un tema fresco y pegadizo. Pero el resto del disco está a años luz de él.

Pop Negro, publicado por la británica Young Turks, en plena fiebre afro-pop, provocada por grupos como Vampire Weekend (en algún sitio lo he visto reseñado, en inglés, como «música tropical de sus natales Islas Canarias»), es un disco simpático y «marchoso» (uno, que se hace viejo y emplea esas expresiones), pero para nada original. Aún menos, para haber sido escogido disco nacional del año por la redacción de la revista Mondosonoro (máxime, un año que también contaba con «Tiérra, Trágalos», de Klaus&Kinski; «Año Santo», de Triángulo de Amor Bizarro; «Subiza», de Delorean; «Love Your City», de Estereotypo; «Duat», de Cuchillo; «Las Hojas Secas», de Havalina, «Blacanova», de ellos mismos… y un larguísimo y ecléctico etcétera de obras geniales). Y es en el marco de una de las fiestas demoscópicas que organiza dicha publicación, en concreto, la celebrada en la madrileña sala Heineken, que pudimos presenciar su actuación en vivo, después de bastantes meses sin actuar en la capital.

Vale. Es cierto (de tantas veces como repito la coletilla «es cierto» debe deducirse que soy muy sincero, jeje) que me planté allí con ánimo de destriparle luego en esta crónica. Y no soy precisamente alguien dado a despedazar a los artistas que voy a ver. Si no me gusta lo que hacen, a menos que sea por trabajo, simplemente, no voy a su concierto. Y si voy, no lo reseño en este blog. Pero con Díaz-Reixa estaba dispuesto a hacer una excepción. Y dirán ustedes: ¿por qué? ¿Es un fanático de Klaus&Kinski o TAB, al que le ha jodido que «Pop Negro» quedase por delante de aquellos en la (recientemente reconvertida en) biblia musical alternativa (con permiso de Rockdelux)? ¡Pues mira: no lo había pensado hasta ahora pero, en parte, también! ¿Tiene algo en contra de la moda afro-pop? ¡Coño: tampoco lo había pensado! Pero un puntito (lo poco agrada y lo mucho cansa). ¿Tiene algo en contra de Pablo? Para nada: lo mismo es el tío más majo del mundo. Aquí, salvo raras excepciones, no critico a las personas, sino su trabajo (y me viene a la mente aquella frase de J, de Los Planetas, que se ha convertido en un mantra para mí: «si crees que es tan fácil, ¿por qué no lo haces tú?»). Es más fácil criticar.

El Guincho (Sala Heineken, 17-02-2011) Fotografía de Óscar Carreño

Retomando el hilo (¡ah, que maravilla esto de ser tu propio editor! ¡Si no, le ba a dedicar yo tiempo a este blog!): me planté en la sala de la calle Princesa proveniente de un concierto que había ido a cubrir para otra publicación. Las bandas que actuaban en aquel, sin distanciarse mucho de la explosión «indie» de los últimos años, sí que habrían hecho pedazos (literariamente) a los presentes, en una hipotética crítica. Cuando nos plantamos en la sala, lo primero que nos llamó la atención fue que estuviese todo el mundo en la calle (¡mierda: ya ha terminado!); pero no: ¡la ley antitabaco está haciendo estragos! La fiesta era con invitación hasta completar aforo, pero habida cuenta del «sindiós» que había allí, ni tuve que sacarla del bolsillo: simplemente entramos sin más… para encontrarnos una sala casi desierta (¡mierda, que ya ha terminado (again)!).

Ante aquel panorama desolador que, en buena medida, explicaba el poco celo profesional de los porteros, me acerqué a preguntarle a un chaval si ya había acabado todo. Resultó que no sólo no tenía ni idea, sino que ni siquiera sabía quienes actuaban esa noche (tanto más grave si tenemos en cuenta que el mencionado chaval llevaba una acreditación de prensa al cuello). Visto lo visto, decidí preguntar a alguien que tenía pinta de estar allí de motu proprio. Mi sorpresa fue que tampoco tenía ni idea de quienes tocaban esa noche (la entrada era gratuíta y… ¡bueno!) pero, al menos, éste sí era consciente de quienes habían tocado, aunque no conociese a ninguno de ellos y le resultasen, sugún sus propias palabras, un coñazo. Según él, el público llegó a increpar a uno de los artistas para que terminase (¡joder, cómo está el patio!).

La cuestión es que, veinte minutos después de llegar, apareció Pablo sobre el escenario, ejerciendo, junto a los otros dos integrantes de su banda, de improvisados «pipas», preparándolo todo para su actuación. Unos diez minutos después, apareció entre vítores sobre el escenario, como si no acabásemos de verle afinando sus instrumentos. Y, poco a poco, una sala que estaba prácticamente vacía empezó a llenarse, preparada para la explosión de ritmos africanos y caribeños del canario. ¡Y lo cierto es que no sonaba mal!

El Guincho (Sala Heineken, 17-02-2011) Fotografía de Óscar Carreño

El Guincho (Sala Heineken, 17-02-2011) Fotografía de Óscar Carreño

Vale, voy a reconocerlo: me sorprendió gratamente. Sigue sin parecerme original. Sus temas son en un 90% iguales; iguales dentro del propio tema (ritmos, letras…) e iguales entre sí. Tiene unas bases rítmicas pregrabadas que suponen el grueso del tema. Con unas secas percusiones electrónicas llevando la voz cantante, la voz de Pablo es lo de menos. Y, en la mayoría de los temas, como me hizo notar mi fotógrafo, la guitarra no sonaba… o, al menos, no se oía (y como reza aquella paradoja de Dozen: «si un árbol…»).

Vale. Parece que volviese por mis fueros. ¡Me puede, me puede…! Sus temas son pegadizos y atractivos en una primera escucha (aunque, si reparas en la letra de temas como «Novias», se te quitan las ganas de seguir escuchándolo). Pero difícilmente resisten una segunda. Si bien «Alegranza» (disco publicado por la siempre simpática Disco Océano, y desconocido por todos hasta la publicación de «Pop Negro») contenía un puñado de temas, no geniales, pero sí, cuando menos, curiosos: recuperar el calipso con «Antillas» o «Kalise», por cierto, este último uno de los éxitos de la noche, tiene mérito; desde el Jean Michel Jarre de «Waiting for Costeau», nadie había logrado algo parecido.  «Palmitos Park», «Cuando Maravilla Fuí» o «Fata Morgana» son buenos temas que, años atrás, se abrían incluído en un saco de la New Age que habría provocado repeluznos a sus seguidores de hoy («modernuquis», en su mayor parte). Y repito que «Bombay» o «Lycra Mistral», ya de su último trabajo, son también buenas canciones. Pero a la mayoría de los que están aquí eso les importa un pimiento, ya que el público presente puede dividirse en tres categorías: prensa, los que han venido porque era gratis y les pillaba cerca y los modernos que sólo han escuchado «Bombay».

Así, salvo «Kalise», «Palmitos Park» y el gran final con el susodicho hit, el resto del concierto transcurre en una sucesión de ritmo playero entretenida y pegadiza, aunque un tanto insustancial. Más allá de ver si Pablo lograba hacer coincidir sus golpes de percusión con el playback (a ritmo tan frenético, el pobre se encontraba con que, muchas veces, la caja no le había esperado) el interés de muchos temas se centraba únicamente en un par de acordes pegadizos durante cuatro o cinco minutos, pasando, casi sin solución de continuidad, al siguiente tema (indistinguible del anterior). ¡Pero con alegría! Su música es divertida y el ambiente que genera hace que te dejes llevar.

Cerró su actuación con la catarsis que supuso una extendida «Bombay» que, eso sí, puso a brincar a los presentes como posesos. «Pos eso». Así, el concierto de presentación de su single se saldó con un moderado éxito. Reacción entusiasta del público; ganas, que no le faltaron al trío sobre el escenario; y ambiente afrocaribeño de resort que hizo que las desconcertantemente frías noches que nos está tocando vivir en Madrid los últimos meses tuvieran un aire más playero y jovial que de costumbre. Música divertida y sin pretensiones, engordada por una inmensa bola publicitaria que, como en este artículo, seguramente beneficie las ventas, pero a la larga minará la credibilidad de Pablo como músico. Sería una pena que pasase de ser una excentricidad a ser un fenómeno de temporada; una moda pasajera. El tiempo dirá.

Pablo Díaz-Reixa con un loro

Nota: las fotografías de Óscar, uno de los fotógrafos con mejor ojo, oído y criterio musical que conozco, podéis encontralas en su flickr: http://www.flickr.com/photos/drumkit

De las fotos promocionales, he huído deliberadamente de las que presentaban a Pablo en plan «chuleta barriobajero», «playero tropical» y similares. Por una cuestión de buen gusto y para que no se piense que me estoy mofando de él al ponerlas.

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